Jamás
olvidarás ese día. Ese 9 de junio de hace cinco años. Tienes 9 años.
Todo
empezó una semana antes. Tu padre, te lleva a casa de tu tía sin ninguna razón.
A ti, te da exactamente igual.
Él,
te visita todos los días, pero echas de menos a tu madre y a tu hermano.
Pasas
de lunes a viernes allí, con tus primos, feliz. Sin darte cuenta de que te
están ocultando algo. Eres pequeña, pero sospechas, ya que nunca te habían
dejado salir de casa tanto tiempo.
El
sábado, tu padre va a recogerte, aparenta estar feliz, pero en realidad, no lo
está.
Llegas
a tu calle, tu padre para el coche, lo aparca, y tú, intentas salir, pero él te
dice que te esperes, que quiere decirte una cosa.
Tú,
tan feliz como de costumbre, le preguntas: “¿Qué quieres?”, y él, en ese
momento te dice: “Hija, esto te va a resultar muy duro pero la mamá ya no está,
se ha ido con los abuelitos”. Tú, inconscientemente le dices: “Venga papá,
déjame subir a casa a verla, que la añoro”. Él te responde serio y a punto de
romper a llorar: “No bromeo, lo siento hija”.
Abres
la puerta del coche, echas a correr hacia casa, llorando a más no poder, llamas
al timbre. No hay nadie, no contestan. Tu padre intentando hacerse el fuerte,
abre la puerta y te sonríe. Pero la rabia y el dolor que sientes nublan todo lo
demás.
Llamas
de nuevo a la puerta, no te abren, sigue sin haber nadie.
Tu
padre te dice que te tranquilices, pero tú, insistes gritándole que te abra la
puerta, que necesitas verla.
Te
abre. Vas corriendo a su habitación, no hay nadie, solo quedan las robas que
llevaba. Corres hacia el baño, tampoco está, sigues buscando en todas las
habitaciones, cocina, y sigues sin encontrarla.
No
sabes qué hacer, si romper a llorar, si gritar…
Sin
pensarlo, te echas encima de tu padre, él intenta ser fuerte, consolarte, pero
se derrumba.
La
quería muchísimo, era la mujer de sus ojos, su princesa, la cual había
desaparecido, ya no estaba.
Lloras,
lloras y no paras de llorar.
Entras
en la habitación de tu hermano, ahí está él, acostado, tapándose con la
almohada mientras llora desconsoladamente.
Corriendo,
vas y lo abrazas, sientes como si el mundo fuera malo contigo, como si no
hubiese más allá de ese momento.
Sabías
que tu madre estaba enferma de cáncer, pero no pensabas que iba a ocurrir esto
por nada del mundo.
Vas
a tu habitación y das un portazo.
Ya
la echas de menos, sus abrazos, sus sonrisas, sus mimos, pero sobre todo, sus
“Te quiero”.
En
ese mismo momento, te das cuenta de que madre no hay más que una, que hasta que
no la pierdes, no te das cuenta de lo que la quieres y lo grande que es, pero
sobre todo, que ya no la volverás a ver.
Ya
nada será lo mismo.
Carmen
Estarlich Pisà. 3ª ESO A. IES 9 d’Octubre.
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